Mis Recuerdos -Mis Primeros Años II

Continua del anterior...

Era el año 1941, mis padres nos mandaron a mi hermana Polo y a mi, a vendimiar a Tomelloso, con un amigo suyo, al que llamaban “El Viejo”, por aquel tiempo mi hermana tenía quince años y yo doce. Tuvimos que hacer el viaje, 35 km. andando, ésta es la distancia que hay entre Alhambra y Tomelloso.
Estuvimos todo el día caminando, llegamos de noche y cansadísimos, al día siguiente nos llevaron donde estaba la faena, y allí estuvimos durante un mes, la vendimia se hace en Septiembre, que es tiempo de lluvias, y así fue, cayó un temporal tremendo, y estuvimos cinco días sin poder trabajar.
Nosotros dormíamos en un pajar, había mucha humedad, y mi hermana cogió una pleura en un pulmón, que casi se nos muere.
Al volver al pueblo estuvo cuarenta días en cama y sin salir de casa, como serían aquellos tiempos que mis padres se gastaron mas en medicinas para curarla que lo que habíamos ganado en Tomelloso.

Recuerdo otro día que nos mandó mi padre al monte a Gerardo y a mi a por leña, hacía una buena mañana, fría pero soleada, estuvimos varias horas cogiendo leña, cuando de repente se empezó a poner oscuro el cielo, y cayó una gran nevada, entre la nieve y la niebla que se había creado, no se veía nada, así es que nos perdimos en el monte.
Pasaron algunas horas y nosotros estábamos perdidos por el monte, y muertos de frío, de repente, oímos tocar las campanas del pueblo. Antiguamente ponían a repicar las campanas cuando alguien se perdía para que siguiéramos el sonido y poder encontrar el camino del pueblo, así lo hicimos, y cuando llegamos, vimos el susto que tenían todos, pero por fortuna se quedó en eso.

La vida en el pueblo no todo era malo, se trabajaba mucho, es verdad, pero lo que se hacía, se vivía con intensidad, yo siempre lo he catalogado como la “época romántica”, entonces se disfrutaban mucho las celebraciones como la noche de Todos los Santos, la Misa de la Virgen por las mañanas, el día de San Antón, cuando hacíamos la hoguera y asábamos patatas, la Candelaria y San Blas, Las Cruces, Navidad, y sobre todo la Feria, que era la última semana de Agosto, para mí era la semana mas maravillosa y fabulosa del año, pasabas el año esperando que llegase, para pasarlo bien con los amigos, y luego con la novia, siempre a nuestra manera, que hoy puede parecer inocente, pero disfrutándolo intensamente.
Son muchos los recuerdos que tengo del pueblo donde he pasado mi niñez y mi juventud, todos buenos y malos los recuerdo con cariño, porque todos han marcado mi adolescencia y lo que ahora soy.

Sería el año 1935, recuerdo que estaba mi padre hablando con un señor llamado D. Ernesto Gijón en la explanada de la Borbotija, que era donde vivíamos nosotros, mi hermano Gerardo y yo, los vimos y nos acercamos corriendo, yo tenía unos seis años, mi padre, al acercarnos nos dio un beso a cada uno, y nos limpió los mocos, me figuro que llevaríamos más que un caracol, éste señor le preguntó a mi padre que si eran hijos suyos, a lo que contestó, con ironía, que por lo menos de la Teresa, si que lo éramos.

- ¿Están muy delgados? le preguntó D. Ernesto.

- ¡Como quiere, usted, que estén si a su edad, no paran de correr y jugar! Dijo mi padre.

- ¿Pero no pasarán hambre? volvió a preguntar D. Ernesto.

- ¡No nos sobra! le contestó mi padre, ¡pero pasar hambre, desde luego que no, y que yo me enterara, en casa de comer no sobra, pero tampoco falta!.
Este señor era el dueño del molino de trigo y de la panadería de Alhambra.
Por entonces a los que tenían dinero, les gustaba tener sometidos a los obreros para luego en tiempos de elecciones les votaran a ellos, pero a mi padre no le gustaba estar sometido a ningún señorito, que era como se les llamaba entonces.
De pequeños siempre nos criamos muy delgados, tanto mis hermanos como yo, pero muy sanos, nos pasábamos el día correteando por aquellas cuestas, aquello era una gran sensación de libertad, y de felicidad. ¡Que bien lo pasábamos!
Con el tiempo nos fuimos a vivir a la casa de nuestros abuelos en la plaza, y ya fue otra vida.

Fui creciendo como es natural, pero con mucha dificultad debido a la Guerra Civil y a la posguerra, que aún fue peor debido a que hubo cinco años de sequía en los que no se cogía nada en el campo de lo que se sembraba, fue horroroso. Como sería que tuvo que ir una comisión del pueblo a hablar con el Gobernador Civil de Ciudad Real, de portavoz iba mi padre que convenció a dicho señor a ir al pueblo, y como vería la situación el Gobernador, que mandó al pueblo diez mil quilos de fideos. Tocábamos a tres kilos de fideos por persona, no es que fuese mucho, pero alivió algo el hambre que ya amenazaba al pueblo. Esto ocurría en el año 1942.

Como yo era el mayor de los chicos me pusieron a trillar con el “Tio Listo”. Tenía por entonces ocho años y así seguí desde entonces todos los veranos hasta que cumplí los trece en que me fui a segar con un amigo de mi padre que se llamaba Maximiliano a los “Nabazos”.
Cuando íbamos a empezar el trabajo me dijo:

- ¡Me ha dicho tu padre que lleves media pionada! (eso era lo que los de mi edad solían llevar)

- ¡Pero tú tienes que llevar una pionada entera como los mayores!.

Y así fue, cuando mi padre fue a cobrar, se llevó una gran sorpresa, porque me pagaron como a los demás adultos. Y así seguí todos los años hasta 1955 que fue el último año que segué.
De todas las maneras, me enteré bien de lo que era este trabajo, a segar, empecé como quien dice, después de empezar a andar, en el pueblo desde muy pequeñitos empezábamos a ayudar en las faenas del campo.
Como yo era el mayor de los chicos en casa, me dejaba mi padre las burras que teníamos y me iba a labrar con ellas.
Recuerdo que muchas veces me ponía a llorar, porque no podía manejarlas, y por el frío que pasaba en invierno. Ahora lo recuerdo, y me parece como si fuera un sueño, empecé a labrar con doce años, y a segar mucho antes, así era la vida de entonces, muy sacrificada, desde muy pequeños había que ayudar en las faenas del campo, era la costumbre en los pueblos de entonces.

Yo ahora se lo cuento a mis hijos y muchas veces no me creen, les parece que les estoy contando un chiste o una batallita, pero es verdad, nuestra infancia y nuestra juventud, la de mi generación ha sido muy sacrificada.
Otro día que nos mandó mi padre, otra vez, a mi hermano Gerardo y a mí, al monte a por leña, en aquellos tiempos no había ni estufas ni bombonas de butano, ni gas natural en las casas, ni nada con que calentarse, ni con lo que cocinar, salvo leña que había que traer del monte.

Como digo, fuimos mi hermano y yo cogimos mucha leña, pero no podíamos cargarla, todos temíamos que nos viera el guarda y nos denunciara, pero no solo no nos denunció, si no que nos ayudó a cargarla. A este guarda le llamaban “Lomás” de apodo, y parece ser que le debía algunos favores a mi padre.
Estas son algunas de las muchas anécdotas que quiero ir desgranando en éstas páginas, algunas de cuando era niño, otras ya de joven y otras de mayor, son vivencias que son imposibles de olvidar, pues todas ellas han sido momentos impagables e inolvidables de toda una vida, la mía.

Hasta que me marché a la “mili” transcurría la vida en el pueblo, mis padres tenían dos burras, y yo me iba a labrar con ellas, también íbamos a por la leña al monte. Sembramos hortalizas en una huerta que teníamos, también teníamos una casa en el campo que atendíamos, en la carretera que va a Ruidera un sitio llamado “El Estirado”

Del colegio poco puedo decir, fui poco y aprendí menos, lo poco que sé me lo enseñaba mi padre por las noches en la casa de campo, por entonces las escuelas estaban poco preparadas y los maestros por el estilo. Recuerdo que llevaba una enciclopedia que me compraron en casa, un cuaderno y un lápiz, poco se podía aprender con este material.

Tenía un amigo en el pueblo llamado Bertoldo, aunque por su nombre casi nadie lo conocía, todos le llamábamos “Chato”. Tenía otros amigos, pero el “Chato” y yo éramos como hermanos, siempre que podíamos estábamos juntos, no hacía uno una cosa sin contar con el otro. Cuando veníamos del campo nos juntábamos y pasábamos las tardes hasta la hora de la cena.
Éramos inseparables, como no recordar las veces que yo iba a labrar a una viña que teníamos en la Casa del Conde, y él se venía conmigo junto con su ganado, yo le ayudaba cuando tenía trabajo, y el a mí cuando era yo el que lo tenía. Cuando yo me fui del pueblo para trabajar, volvía a temporadas, y lo primero era buscarle para charlar y contarnos como nos iba.
Una vez casados, volví yo, para la Feria, con la familia, fuimos a la Romería, y nos hizo un gran banquete, mató dos cabritillos, y no dejó que pagáramos nada durante nuestra estancia allí.
Falleció con cuarenta y nueve años, fue una desgracia para mí, ya que ha sido una de las pocas personas de las que me he enorgullecido de llamar amigo.

Una noche estábamos sentados en un banco de la plaza y vimos pasar a dos chicas, yo le miré y le dije:

- ¡Voy a pretender a aquella chica!

- ¿Cual de ellas? me dijo

- ¡A Maria Jesús!

- ¡A ver si te va a decir lo de la otra vez, que no te molestes! me contestó “El Chato”

- ¡Acuérdate que la otra vez te mandé a ti con el recado y no nos hizo caso, pero ésta vez si, porque ahora voy a ir en serio!.

Y así fue, me costó bastante, pero al final conseguí a la que fue mi novia y ahora es mi mujer, ahora después de 55 años le doy las gracias a Dios y a la “decisión” que tomé aquella noche.

¡Y que contento estaba yo con mi novia!, cuando por las tardes venía del campo, me aseaba e iba a verla para ver si podía hablar un rato con ella, cosa que casi nunca ocurría ya que era casi imposible por las “rarezas“ que entonces existían.

Una tarde, ya casi de noche, iba mi novia a la “novena”, a la iglesia, y yo la esperaba en la plaza, puesto que tenía que pasar por allí para ir a su casa, cuando salió, fuimos hablando hasta su puerta, allí quedamos en que cuando se acostara su madre, y si podía saldría un rato y hablaríamos por la ventana, que ahora me recuerda a cuando hablan los presos entre rejas. Así lo hicimos, estuvimos hablando un rato, en esas estábamos cuando oímos llegar a uno de sus hermanos, cuando esto ocurría, ya que estaba mal visto que el novio estuviese con la novia tan tarde, yo me iba hacia los corrales, pero ese día, no se por qué, en lugar de irme a los corales, me quedé detrás de la puerta de entrada, que siempre estaba abierta. Quién venía era su hermano Ángel, que iba a ver a su madre, por que él allí no vivía, y mira por donde ese día le dio por cerrar la puerta, así es que allí me vio plantado detrás de la puerta.

- ¿Que haces tú aquí ¿ me preguntó

- ¡Esperando a tu hermana que salga!

El se quedó tan cortado como yo, y me dijo

- ¡Pues eso no está bien!

- ¡Pues no estará bien, pero así es ¡ le contesté yo.

No me dijo más, él siguió su camino, y yo me quedé allí, no recuerdo si aquella noche la volví a ver o no.

En otra ocasión, estábamos en Feria y a la salida de Misa, que era cuando nos podíamos ver, le dije que después de comer vendría y charlaríamos un rato.
Así lo hicimos, después de comer, fui a su puerta, y allí nos pusimos a hablar, su madre estaba echándose una siesta, y María estaba vigilando constantemente por si venía.
Después de estar un rato charlando, yo empecé a decirle que me diera un beso, y ella me decía: ¡Si, si, dos besos te voy a dar!, yo insistí varias veces hasta que conseguí que me diera el ansiado beso, la casualidad quiso que en ese momento saliera su madre y nos viera.

- ¡Tu madre nos ha visto! le dije

- ¡No! dijo ella

- ¡Si! le contesté yo
Su madre la cogió y la metió para dentro a empujones y la castigó, a pesar de estar de Feria, no la dejó salir esa tarde.

Como siempre que acababa la Feria, yo me tenía que ir a trabajar fuera, y me envió una nota, diciéndome que no me podía ver, y que llevase buen viaje. La abuela era mucha abuela.

Esto fue un año antes de casarnos, ella tenía 24 años y yo 27, ahora cuando lo recordamos nos hace gracia, pero puedo asegurar que en aquellos momentos no nos hizo ninguna, pero aquella era la “ley” que imperaba en aquellos tiempos y había que acatarla.

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